El Estadio Nacional de Kingston, la capital de Jamaica, podría pasar por estar semiabandonado a ojos de un atleta europeo. La pista, de tierra y con las rayas pintadas con una mezcla de alquitrán y aceite, no invita a pensar que su castigado suelo es pisado cada día por los más grandes corredores de velocidad del mundo.
En Jamaica, una minúscula isla del Caribe de poco más de dos millones y medio de habitantes, la gente vive con 5.440 dólares al año, según el Banco Mundial, el puesto número 86 del mundo en renta per cápita, por detrás de Angola o Armenia. Más de un 90% de la población es de raza negra, y sólo un 0,4% es blanca, muchos de ellos ingleses herederos de la época colonial y occidentales que persiguen el sueño rasta de vivir donde lo hizo Bob Marley. Sin embargo, el país ahora es conocido por Usain Bolt o por Shelly-Ann Fraser, esos velocistas punta de un iceberg construido por los seres humanos más rápidos del planeta, que van a nacer en esta diminuta isla.
Cómo una bebida isotónica cambió Jamaica
Lucozade es una bebida isotónica con no mucho mercado en España, pero se puede decir que es la culpable de que Jamaica esté asombrando al mundo. Esta empresa británica paga cada año la beca de estudios de 300 atletas jamaicanos, clave para su desarrollo.
Pero, ¿dónde se preparan? Dos siglas tienen la clave: UTECH y MVP. La primera es la Universidad Tecnológica de Jamaica, la creación hace 30 años de Dennis Johnson, un velocista jamaicano que decidió encarnar en ella el sistema universitario estadounidense que vivió cuando era alumno de la Universidad de San José. MVP es el nombre del club profesional que aglutina a la mayoría de los atletas, tentados por otros países pero que deciden quedarse en Jamaica. "Antes, las universidades americanas se llevaban a nuestros atletas y los devolvían mediocres y cansados", dice Herb Elliot, representante de la isla en la IAAF.
Se acabó emigrar
Gran parte de los sprinters más grandes de los últimos años nadcieron en Jamaica, pero hicieron carrera fuera. Ben Johnson, Linford Christie (campeón en Barcelona'92) y Donovan Bailey (oro en Atlanta'92) son jamaicanos de nacimiento, aunque compitieran con Canadá y Gran Bretaña. Ahora los corredores se quedan, carburante para su orgullo y el de sus compatriotas.
Las marcas hablan del dominio absoluto de Jamaica en la velocidad. No sólo es el récord de Usain Bolt en los 100 metros, es que estamos hablando de que las tres mejores marcas del hectómetro femenino en los tres últimos años las ostentan jamaicanas, y este dominio ha quedado ratificado en el podio íntegramente jamaicano del 100 femenino en Pekín.
Sin embargo, sus éxitos no son de hoy. Jamaica tiene 46 medallas olímpicas, de las que 45 las han conseguido en pruebas de 400 metros o más cortas. Una tradición ganadora inaugurada por Arthur Wint, campeón olímpico de 400 metros en los Juegos Olímpicos de 1948. En Pekín, 39 de los 51 atletas que representan a Jamaica son sprinters.
La religión se llama correr
Jamaica es un país de fe. A la que se agarró Asafa Powell cuando uno de sus hermanos fue asesinado a tiros en Nueva York y otro falleció jugando al fútbol de un infarto. Los jamaicanos son gente muy espiritual, una fe que ahora tiene como dioses a los velocistas, auténticos motores de la alegría del país y de la cohesión nacional. Si las sospechas de dopaje que siempre circundan a los corredores de la isla se cumplieran (se dice que en el país apenas de hacen controles y que se ponen dificultades a los numerosos que hace la IAAF), la desilusión se apoderaría de un país que vive al ritmo del reggae, el sol y las piernas de sus dioses enfundados en mallas que vuelan por las pistas del mundo.
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