Para cuando el reloj dio las doce de la noche, las declaraciones de Dídac Ramírez, rector de la Universidad de Barcelona (UB), justificando el desalojo del Edificio Central el miércoles pasado para evitar nuevos casos de violencia por parte de unos estudiantes «que habían cruzado la línea roja» se había convertido ya en una broma macabra, pues con su decisión provocó una escalada de represión policial que centuplicó cualquier incidente, en el caso que lo hubiere, por parte de los estudiantes. El rector añadió en su declaración una alusión a «elementos antisistema ajenos a la universidad» que se habían infiltrado en la protesta, en clara referencia a Enric Duran, el cual, de todos modos, había sido detenido ya el día anterior en un espectacular y a todas luces desmedido operativo de los mossos d'esquadra (treinta agentes para detener a una sola persona), un cuerpo relativamente joven pero con un largo historial de abusos y torturas, denuncias que han sido sistemáticamente subestimadas y hasta negadas con olímpico desprecio por los sucesivos responsables políticos del cuerpo (1).
Los hechos del 18 de marzo vienen precedidos, además, por la entrada previa de la policía autonómica, hace un año en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), y el pasado fin de semana en la Universitat Pompeu Fabra (UPF), para desalojar a los estudiantes que protestan por la aplicación del llamado plan Bolonia. La actuación de la policía, que fue en todos los casos violenta, en las tres universidades públicas de Barcelona es un hecho sin precedentes en el breve historial democrático del Reino de España: de ahí las declaraciones del profesor de antropología Manuel Delgado y otros de la reciente actuación policial como una puesta al día de las formas y métodos de la policía franquista, a mayor abundamiento en los mismos escenarios. Hay que denunciar también que el comportamiento de los rectores de las tres universidades se ha dado ante la más absoluta indiferencia, cuando no directa connivencia, de buena parte del profesorado, incluyendo a destacados antiguos soixante-huitards refugiados en el romanticismo generacional (“mis tiempos sí que fueron duros”) y a la tornadiza sedicente izquierda académica, la cual, en el momento decisivo, ha dado la espalda a los estudiantes para abstraerse en sus autocomplacientes construcciones teoréticas, estableciendo así el exacto equivalente universitario a la celebérrima repetición marxiana de la historia como tragedia y como farsa. A propósito de Theodor W. Adorno, Manuel Sacristán comentó lo que sigue en una conferencia en la librería Leviatán el 30 de abril de 1985:
«Cuando el 68, sus estudiantes [de Adorno], entre otros, individuos de tanto talento como Dutchske, Hans-Jürgen Krahl -que se mató en un accidente de automóvil en el 68 mismo, corriendo de Hamburgo a Berlín a una manifestación se pegó un trastazo y murió en las puertas de Berlín-, algunos otros personajes, sobre todo uno que a mí me conmueve mucho, y supongo que cuando sea muy viejo, y ya me esté muriendo, todavía la recordaré con dolor que es Ulrike Meinhof, a la que yo conocí en Münster, cuando empezaba a ser roja, todavía no lo era mucho, pues también fue alumna de él, de Adorno, cuando estos estudiantes de Adorno decidieron que había llegado el momento de hacer algo, de hacer algo en la práctica, Adorno [...] contestó que la revolución nunca, que de ninguna manera la revolución.»
Poco después también Adorno descolgaría el teléfono para llamar a la policía. Pues bien, ahora como entonces, no basta «con decir frases muy críticas de la cultura burguesa mientras se [recibe] dineros de esta fundación y de la otra fundación», de «hablar mucho contra la cultura burguesa [...] sirviendo a la economía y a la política burguesas», de vivir, en definitiva, «“en el gran hotel abismo”. Es decir, un abismo que resulta que es un gran hotel, en el que a uno le dan todo servido y con lujo.» El Gran Hotel Abismo sigue abierto y ofreciendo sus servicios para que los pesimistas de izquierda se desparramen en su languidez.
En cuanto al marco general, éste coincide en gran medida con el que describe Mike Davis en un reciente artículo a propósito de las revueltas en Grecia, a saber, el de unos jóvenes a quienes se pretende reducir a mercancías intercambiables tanto en el mundo laboral como en el académico, en una sociedad supersaturada «con rabia no reconocida, una que repentinamente puede cristalizar en torno a algún incidente aislado de abuso policiaco o de represión estatal. Aunque las semillas de la revuelta se han sembrado flagrantemente, la sociedad burguesa casi no reconoce que es su propia cosecha.» (2) El mismo día en que la protesta estudiantil se extendió por todo el centro de Barcelona, hubo choques entre los estudiantes y la policía antidisturbios en la Universidad de la Sapienza de Roma, y en el barrio de Montmartre en París (3), que tuvo lugar dentro de una huelga general en Francia. La imagen ya la hemos ido viendo estos últimos meses. En Grecia. En Letonia. En Rumanía. En Italia. En Francia. Tanto, que comienza a ser desgradablemente familiar: grupos de trabajadores, campesinos y estudiantes reclamando sus derechos teniendo que hacer frente a una amenazante e impenetrable línea de agentes antidisturbios, hombres de uniforme perfectamente pertrechados y armados con porras -“el palito de abollar ideologías”, que decía Mafalda-, pelotas de goma y gas lacrimógeno -hasta cuatro toneladas se llegaron a lanzar en Grecia contra los koukoulofori el pasado mes de diciembre-, convertidos en una verdadera fuerza paramilitar donde la personalidad individual de cada policía es nivelada por la instrucción, la formación y el uniforme con el objetivo de convertir esta masa humana en una máquina de represión de inhumana efectividad.
Una ola de descontento político-social está barriendo Europa, y, como apuntaba Peter Popham, las nuevas tecnologías de la comunicación -eficaces, inmediatas y relativamente baratas- permiten a los estudiantes informarse de lo que está sucediendo en el resto de Europa, extraer lecciones y traducir, por así decirlo, al idioma propio las formas de protesta y de reivindicación que están teniendo lugar.(4)
EL ORDEN REINA
Sí, es verdad, como se ha dicho, que el pasado miércoles hubo alborotadores en el centro de Barcelona - la policía. Contraviniendo el reglamento y las declaraciones del conseller Saura, todos los mossos retiraron el número TIP (número de agente) de sus uniformes, garantía de la total transparencia de su actuación. Fuimos agredidos por hombres genéricos vestidos de azul, que demostraron nuevamente el axioma de que la cabeza del hombre es mucho más ligera bajo un casco.
Alrededor de las 6h de la mañana, los estudiantes entreabrieron lo ojos, descubriendo entre luces de linternas unos cuerpos acorazados que anunciaban el desalojo. Acataron las instrucciones de forma pacífica, y se quedaron tras la puerta sin sus pertenencias, mientras iban acudiendo en solidaridad estudiantes encerrados en otras facultades. A las 8.30h hubo la primera carga, en ese momento se recogieron las primeras imágenes que reflejan una especie de munus gladiatorum en plena vía pública [http://blip.tv/file/1891138]. El mensaje se difundió antes de que muchas clases empezaran, resonando la alarma: “Desalojan la central!”. Cuatro horas después, se multiplicaba el número de estudiantes que renunciaban a aceptar la normalidad de los acontecimientos y decidían acudir a la Plaza Universitat; superaban el millar y la acera no alcanzaba ya para mayor densidad, por lo que tuvieron necesariamente que ocupar la calzada -la prensa, en cambio, informó de que «los estudiantes cortaron la Gran Vía». La segunda carga comenzó a mostrar un control meticuloso de los accesos y una brusca coreografía que recibía el asombro de un público compuesto por turistas, ciclistas, empleados municipales o trabajadores en paro. El residuo más numeroso de masa estudiantil se transformó en manifestación, subiendo calles arriba en dirección a la consejería “Departament d'Innovació, Universitat i Empresa”, que dirige el conseller Josep Huguet (ERC). Una vez allí las carreras protagonizaron las manzanas octogonales del barrio de l'Eixample. Tras la dispersión, el lamentable espectáculo se prolongó con palizas y persecuciones arbitrarias. Las furgonetas circulaban o paraban sincronizadas ante grupos de más 5 jóvenes, y de dentro salían disparados otros jóvenes uniformados.
Los primeros detenidos del día ya habían sido llevados a la comisaria de Les Corts que, como ha escrito nuestro amigo Salvador López Arnal, «se está convirtiendo en un monumento al disparate y a la abyección, monumento del terror que hacer pensar por momentos en Vía Laeitana y en la comisaría central de la policía franquista.» (5)
Por la tarde se logró convocar una nueva movilización ciudadana a la que se sumaron centenares de estudiantes y algunos profesores consternados. No se dio en ningún momento a los estudiantes la posibilidad de disolver la manifestación voluntariamente. Cuando la cabecera de la manifestación trató de acercarse al cordón policial en Plaça dels Àngels se produjo la primera carga en aquella calle, mientras desde Via Laietana la policía conducía sus furgonetas contra los manifestantes -una táctica importada a Europa occidental en los ochenta por Margaret Thatcher procedente de la Sudáfrica del apartheid-, empujándolos a un embudo formado entre la Plaça dels Àngels y el Born que hubo necesariamente de desbordarse por los callejones del barrio. Un primer grupo, entre los que figuraba uno de los autores, se vio constantemente perseguido por las calles del Born por patrullas de agentes que se dedicaron a cazar a estudiantes, algunos de los cuales sacados a rastras y a golpes de los establecimientos y portales en los que buscaron refugio. Otro fue retrocediendo por la calle Argenteria en dirección Santa Maria del Mar y el Passeig del Born cruzando vallas, sillas y mesas a su paso y volcando contenedores para frenar el avance policial. Un tercer grupo se vio atrapado en Vía Laietana a merced de la policía, que los acorraló a ambos lados de la calle. La policía tomó literalmente todo el centro de la ciudad, golpeando a diestro y siniestro a turistas, vecinos, transeúntes y a una familia que trató de presentar sus quejas a la policía, incluido su hijo de diez años, que hubo de ser atendido en el lugar.
La actuación de los mossos ha sido condenada ya por la Comisión de Defensa de los Derechos de la Persona del Colegio de Abogados de Barcelona y la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona, el Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos de la UB, la Asociación Catalana de Defensa de los Derechos Humanos y el Observatorio de los derechos económicos, sociales y culturales, el grup de periodistes Ramón Barnils, el Col·legi de Periodistes, los principales sindicatos de estudiantes el Sindicat d'Estudiants dels Països Catalans (SEPC), AEP (Associació d'Estudiants Progressistes), los sindicatos CGT, Intersindical-CSC, USTEC-STEs, y varios partidos y organizaciones políticas, como CJC-Joventut Comunista de Catalunya, CUP, Endavant-OSAN y otras. Siete personas fueron detenidas acusadas de atentado y resistencia a la autoridad, 16 imputados, nueve por desobediencia grave, y siete por una falta de desobediencia.
LA MORDAZA
Pero si hubo algo aún más repugnante que este descarado ejemplo de brutalidad policial, fue sin duda la cobertura informativa de muchos medios de comunicación, los cuales, en su intento por criminalizar al movimiento estudiantil, presentaron la manifestación como la reunión de una minoría de sediciosos y desclasados, y el lanzamiento de sillas y piedras de los estudiantes como una provocación a la policía -cuando en realidad trataban de defenderse de las cargas de ésta-. Mientras TV3, la televisión autonómica catalana, comenzaba a retransmitir las primeras imágenes que llegaban junto a las del conseller Huguet cerrando filas junto a los rectores, sonrientes y en traje en el Salò de l'Ensenyament, se repetían las declaraciones de Rafael Olmos, Director General de la Policia Catalana, afirmando que la carga había sido «correcta y proporcionada» (6) -¿así juzga la Conselleria d'Interior golpear a estudiantes, turistas, transeúntes, familias indefensas y hasta a un niño de diez de 10 años? ¿desplegar helicópteros y 165 unidades antidisturbios (de un cuerpo de unos 270 miembros) contra los estudiantes?- y exoneró a los agentes de cualquier responsabilidad en las agresiones a unos 30 periodistas, según Olmos, no lo suficientemente acreditados -las imágenes de vídeo muestran cómo un agente golpea a un fotógrafo del diario ADN, con su cámara fotográfica colgando del cuello, después de que éste le muestre un vistoso brazalete rojo con la palabra “prensa” escrita en él- y porque habían estado «muy en primera línea» -¿dónde, si no, se supone que ha de estar el periodista que ha de cubrir la noticia?-. Las agresiones a los periodistas violan el artículo 20 de la Constitución Española, que reconoce la libertad de expresión y el derecho a la información, y no son nuevas: en noviembre José Colón, periodista free-lance de Público, fue golpeado en la cara y necesitó ocho puntos de sutura. Alguien debió de comentarle todo esto a Olmos en su trayecto hacia Via Laietana, porque cuando un grupo de periodistas visiblemente enojados lo rodeó le había cambiado totalmente el semblante, pidió disculpas y aseguró que asumiría todas las responsabilidades. (7) Responsabilidades que, de momento, no ha asumido. Blanca Palmada, comisionada de universidades, tampoco se ha pronunciado públicamente sobre la entrada de los mossos en las universidades.
Véase en este otro ejemplo lo que escribió, sin preocuparse lo más mínimo de aparentar imparcialidad alguna, con un discurso, como diría Marx, “autorizado por la policía y vedado a la lógica” (y nunca mejor dicho), el redactor de El País, donde tenemos la versión de los sucesos de la policía, pero ninguna desde el lado de los estudiantes:
«La violencia se adueñó este miércoles de las calles del centro de Barcelona a propósito (o con la excusa de) la oposición al proceso de Bolonia (homologación de títulos universitarios en Europa). [...] No fue una manifestación exclusiva de universitarios contrarios al proceso de Bolnia; se apuntaron personas de toda clase de movimientos sociales, además de okupas, activistas antisistema y redskins. Los jóvenes buscaban guerra y la encontraron. Desfilaron hacia las Ramblas a paso ligero y con la cara tapada. En Canaletes, junto a la plaza Catalunya se produjo el primer choque: los manifestantes pretendían pisar la plaza de Sant Jaume, sede de la Generalitat y el Ayuntamiento, y toparon con una eficaz barrera de antidisturbios. Repelido el primer ataque, los jóvenes enfilaron hacia la Via Laietana en medio de una presencia policial apabullante. Un helicóptero sobrevoló durante toda la noche el cielo de Barcelona.
Pero ni siquiera el despliegue de medios logró evitar los incidentes. En la plaza dels Àngels, que da acceso a la sede del Gobierno catalán y del Ayuntamiento, la barrera de antidisturbios no resistió ni dos minutos la presión de los antisistema, que usaron banderas y palos para intimidar a los mossos. Éstos cargaron sin contemplaciones, los manifestantes se dispersaron hacia las callejuelas de la ciudad vieja y comenzó un espectáculo de persecuciones, golpes indiscriminados y, sobre todo, descontrol.
La tensión fue insoportable para algunos policías y manifestantes. Los mossos, en tensión por los sucesos de la mañana y superados por los acontecimientos, no lograban reagrupar sus fuerzas y se veían obligados a dar caza a los protestantes en pequeños grupos. Un caso ilustra el nerviosismo: un anciano que esperaba a ser atendido por una ambulancia lanzó un insulto contra los antidisturbios que iban en una furgoneta. Éstos dieron marcha atrás, abandonaron el vehículo a toda prisa y agredieron con las porras al hombre.» (8)
De la cifra oficial de heridos (24 estudiantes contra 32 policías) no puede decirse más que es risible. Si contásemos la cantidad de manifestantes contusionados que no acudieron o no pudieron llegar a las ambulancias del Servicio de Emergencias Médicas (SEM) por la obstrucción policial o puro miedo, la balanza se inclinaría indudablemente hacia los estudiantes. Hay varios testimonios de personas -incluyendo profesores lesionados- que fueron golpeadas en el cuello, la cabeza y la espalda, partes del cuerpo que, como recuerda la Comissió de Defensa dels Drets la Persona del Col·legi d'Advocats de Barcelona, prohíbe el ordenamiento jurídico. Se formaron colas en algunos CAP (Centro de Atención Primaria), donde se redactaron más de un centenar de partes médicos. Hasta el momento se sabe de heridos graves. Por lo demás, poner a un mismo nivel las agresiones de los estudiantes con las de la policía es obsceno, a la vista de las imágenes que existen. Joan Francesc Escrihuela, redactor TVE-Sant Cugat y afiliado al Sindicat de Periodistes de Catalunya, en su nota de prensa, tras describir la agresión sufrida por la policía (aunque llevaba cascos y el micro en la mano), escribe: «Per acabar només vull dir que des del 1976 he assistit a moltes manifestacions en tant que integrant d’equips ENG de TVE, però mai he vist una càrrega policial amb tanta violència gratuïta com la que es va viure ahir a la nit. Ni la Policia Armada durant la Transició va actuar així.» [Para terminar sólo quiero decir que desde 1976 he asistido a muchas manifestaciones como integrante de equipos ENG de TVE, pero nunca he visto una carga policial con tanta violencia gratuita como la que se vivió ayer por la noche. Ni la Policía Armada durante la Transición actuó así.]
Todo lo cual ha llevado a la siguiente airada respuesta de un joven periodista en paro a El País:
«Y ahora, yo me pregunto: ¿los fotógrafos actuaron con violencia contra los agentes? ¿Con la misma violencia que los estudiantes, o más desproporcionada todavía? Porque si no, ¿cómo el señor Olmos justifica la agresión contra los fotógrafos diciendo que en una carga es difícil discernir quién es un estudiante violento, quién un periodista? Y ahora les pregunto yo a ustedes, que habrán visto las imágenes en la televisión o en otros medios de comunicación: ¿han visto a algún fotógrafo de prensa o a algún estudiante actuando violentamente contra un mosso d'esquadra, o han visto a mossos d'esquadra actuando violentamente contra estudiantes y periodistas?
Y ahora les digo yo, que no soy estudiante sino periodista en paro preocupado por la pérdida de libertades que estamos sufriendo día a día y he estado en el lugar de los hechos: ¿ustedes creen que un estudiante tipo, que va armado sólo con un libro y grita consignas como "més escoles, menys pistoles", ha podido herir a un mosso d'esquadra tipo, que mide dos metros, va equipado con casco, escudo y otras protecciones, se defiende con una porra y está entrenado para repeler las acciones violentas?
¿Ustedes creen que los estudiantes que llevan cuatro meses ocupando la sede central de la UB tienen como objetivo ejercer la violencia contra los mossos d'esquadra? ¿Ustedes seguirán creyéndose lo que dicen los poderosos, políticos, policías, rectores de universidad, o lo que pueden ver con sus propios ojos, sólo saliendo a la calle a luchar o a dar apoyo a los que luchan por la pérdida de libertades que estamos sufriendo día a día? De ustedes depende.» (9)
Con todo, Joan Puigcercós dijo el viernes que los mossos estaban sufriendo un «linchamiento» mediático -del linchamiento de estudiantes no dijo nada- (10) y el sábado aún pudimos leer cómo el Avui titulaba, con un cinismo hiriente, “POCAS PORRAS PARA TANTA CRISIS”, y disculpaba a la actuación de los mossos d'esquadra en ésta y en otras manifestaciones anteriores debido a que están «sobrecargados de trabajo por el incremento de la crispación social provocado por el descalabro económico. Prácticamente no hay día en que los trabajadores en pie de guerra no salgan a la calle y la brigada móvil de la policía catalana tiene que estar. En estas condiciones y con el factor social en contra trabajaron los agentes el miércoles.» El mundo al revés: los agresores son los trabajadores y los estudiantes; las víctimas son los mossos, superados por el estrés y las malas condiciones laborales (a pesar de ser uno de los cuerpos policiales mejor retribuidos no sólo de Cataluña, sino de todo el Reino de España). Mossos que se quejan de tener demasiado trabajo cuando cada semana miles de personas engrosan las filas del paro y congelan sus salarios para poder mantener sus trabajos, los mismos a quienes reprimen a golpe de porra: vivir para ver. Valentín Anadón, portavoz de SAP-UGT, el sindicato mayoritario del cuerpo, se justifica así: «La policía tiene el monopolio legal de la violencia, y cuando se ejerce, se ejerce.» Amenaza, además, con que los mossos saldrán a manifestarse si el departamento de Interior intenta expedientar a algún agente. El señor Anadón ha ofrecido sin saberlo con sus declaraciones una buena definición de lo que es un monopolio: un abuso constante de poder que, cuando cuestionado, puede votar a su manera. A las imágenes en que se ve a dos antidisturbios golpeando a una sola persona en el suelo, un agente sin identificar contesta que «se tiene que saber qué ocurrió antes, no podemos quedarnos solamente con esta imagen, que puede ser impactante. Seguramente este tío antes les había lanzado una piedra.» (11) ¿Ésta es la policía moderada y catalanista que nos prometió la clase política catalana en bloque? No tenemos más que a una panda de matones con placa (¡pero sin número!) reclutados entre las filas de la antigua Guardia Civil (que en Cataluña siempre ha sido especialmente ultramontana) y la hez del sotoproletariado.
La cifra de manifestantes -esa «minoría violenta», entre la cual se encontraban profesores universitarios como Jordi Mir, Francisco Fernández Buey, Gerardo Pisarello, Jaume Asens o Manuel Delgado- también fue aumentando: de los 1.000 que se admitieron en las primeras noticias a los 2.000, y de ahí a los 2.500 que se ha dado finalmente en la mayoría de medios de comunicación. Los sindicatos de estudiantes afirman que hubo 5.000 manifestantes.
PRELUDIO CATALÁN PARA LA PRIMAVERA CALIENTE
Lejos de anularla, como se pretendía, esta estrategia de escalada de la represión policial ha conseguido aumentar la confianza propia y galvanizar la protesta estudiantil en Barcelona y en otras ciudades. El mismo miércoles se convocaron concentraciones de solidaridad en Madrid, Palma de Mallorca y Zaragoza (12). La repulsa hacia la actuación de los mossos es unánime, ni siquiera se atreven a justificarla quienes apoyan el plan Bolonia. Queda todavía por comprender la actitud nebulosa de los rectores de la Universidad de Barcelona, de la Universidad Autónoma de Barcelona y de la Universidad Pompeu Fabra respecto al tipo de trato con los estudiantes y sus reivindicaciones (el empecinamiento de éste último le ha llevado a pedir la intervención de los mossos en tres ocasiones durante el último mes, con respuesta reiteradamente pacífica por parte de los estudiantes). Hay razones fundadas para creer que esta violenta respuesta policial contra los estudiantes obedece, entre otras razones, a la aplicación de nuevos enfoques y tecnologías -en la logística y en la cadena de comunicación de las unidades- para la previsible estrategia de represión de los movimientos sociales en lo que algunos medios de comunicación anglosajones califican ya de una “primavera caliente” que será seguida por un “verano de la rabia”.
Lo que ocurrió el pasado 18 de marzo no fue el principio del fin de las protestas, sino el fin del principio.
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2441
2 comentarios:
KILL the COPS !!
KILL the DOgS !!
.coRNelius.
El hijo del madero, a la universidad, para ke el niño no akabe como papa¡¡¡¡
Sin pistola no sois nada, sin farlopa menos''''
All Cops Are Batards
TrakSystem
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