Es indignante. No es de recibo que la investigación por la muerte del deportista georgiano Nodar Kumaritashvili haya concluido que el fatal accidente se produjo por un "error humano". ¿Error humano? ¿De quién? ¿De un joven de 21 años que aspiraba a grabar su nombre en unos Juegos? ¿Acaso iba demasiado rápido?, ¿quizás no dominaba suficientemente el artilugio sobre el que se deslizaba? ¡Vamos, hombre! Y encima dice la federación internacional que la pista era segura. ¡Pues menos mal! Si tan segura era, ¿por qué han puesto ahora protecciones en el lugar fatídico donde se estrelló Kumaritashvili?
Si resulta que la pista es la más rápida del mundo –y, por lo tanto, la más peligrosa- ¿por qué no pusieron las protecciones antes? Es misión del Comité Olímpico Internacional velar por la integridad de la familia olímpica, cosa que incluye, por supuesto, a los deportistas, incluso a los más inexpertos. En este triste caso, el COI no ha estado a la altura.
El entrenador canadiense de luge ha osado decir que la culpa es de quien autoriza que participen deportistas poco experimentados. "Exóticos", les llama sin pudor alguno. Este hombre parece no haberse enterado de que el espíritu olímpico consiste, básicamente, en que participen en los Juegos el mayor número posible de países.
Los culpables de la muerte de este deportista hay que buscarlos entre los que diseñaron la pista, y entre los que la homologaron. Escudarse en la posible inexperiencia del joven georgiano es de una bajeza moral lamentable.
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