jueves, 10 de junio de 2010
RAFAPOWER V
Rafael Nadal (2º) solamente se ausentó de su trono un año. Como en 2008, el mallorquín levantó su 5ª Copa de los Mosqueteros sin perder ni un solo set y quitándose la espina de la mejor manera posible: con una inapelable revancha en la final frente al único hombre que ha logrado vencerle en 6 años en Roland Garros: Robin Soderling (5º).
La claridad del resultado (6-4, 6-2 y 6-4 en 2 horas y 18 minutos) no deja lugar a la duda. Sin ánimo de quitar méritos al sorprendente triunfo de Soderling en los octavos de final de la pasada edición, parece evidente que, esta vez sí, Nadal llegó a la Porte d’Auteuil a tope de forma. Su replanteamiento del calendario (renunciando a su querido torneo barcelonés del Conde de Godó, que había ganado los 5 años anteriores) significó un valiosísimo descanso adicional que el balear ha aprovechado para lograr una gesta pionera: conquistar el conocido como “Grand Slam rojo” (triunfos en los tres Masters 1000 de tierra batida –Montecarlo, Roma y Madrid– y, por supuesto, en Roland Garros).
De nuevo el mejor del mundo
Con su quinto título en el ‘grande’ parisino (2005, 2006, 2007, 2008 y 2010), Rafa –que ya suma 40 torneos ganados en su carrera– se sitúa a un solo trofeo del hombre que sigue ostentando el récord total, Bjorn Borg. Sin embargo, el promedio del mallorquín es mejor que el del compatriota de Robin, quien necesitó 7 años (en vez de 6) para levantar su 5ª copa. La efectividad de Rafa en finales de Grand Slam también es extraordinaria (7 triunfos de 9). Pero las alegrías del manacorí no se reducen al ámbito del palmarés. Como regalo añadido –y gracias a la eliminación en cuartos, a manos del propio Soderling, de Roger Federer (1º)–, Nadal vuelve a desbancar como nº 1 mundial a su víctima en las finales de 2006, 2007 y 2008, regresando a la cima del ranking casi un año después de haberla abandonado.
En lo que a la final respecta, el ahora pentacampeón de Roland Garros salió a la pista central Philippe Chatrier (en medio de una gran ovación del público) dispuesto a no hacer la más mínima concesión al escandinavo. Como en sus mejores años (es decir, todos menos el pasado), Rafa había sabido ir de menos a más para llegar al 100% al choque decisivo; y ya en semifinales, contra Jurgen Melzer, ofreció indicios evidentes de la máquina perfectamente engrasada que podíamos encontrarnos este domingo: un saque muy mejorado con respecto a años anteriores, la misma defensa numantina y desquiciante para el rival de siempre (incluidos sus letales contraataques, especialmente en los passings), escasos errores no forzados y, cuando se presentara la ocasión, una agresividad que le había faltado en algunos de sus compromisos anteriores (sobre todo con su ‘drive’ liftado, pero también, en ocasiones puntuales, con un perfeccionado revés).
Y, por supuesto, la clásica mentalidad de hierro ‘nadaliana’… Como ya le ocurriera a Federer en alguno de sus míticos duelos, el hecho de ceder bolas de break no iba a ser ninguna garantía de materialización por parte del rival. Hasta 8 ocasiones de ruptura consiguió arañar Soderling en todo el partido, pero el servicio de Nadal se mantuvo incólume, con el consiguiente daño psicológico para un jugador escandinavo que, como contrapartida, no anduvo nada fino con una de sus principales armas.
¡7 ‘aces’ de Rafa!
Baste como muestra un dato demoledor: antes de la final, Robin acumulaba la friolera de 75 saques directos en este torneo, por 12 de Rafa. Hoy, no obstante, el discípulo de su tío Toni empató en esa parcela con el cañonero sueco, después de anotarse, en un solo partido, más de la mitad de ‘aces’ que había logrado en los seis anteriores: ¡7! Su buen porcentaje de primer servicio (77%), unido al escaso 56% para el doble finalista parisino, también fue un factor clave para desequilibrar la balanza.
Por lo demás, Soderling (que hasta la fecha presentaba un 3-2 desfavorable en sus duelos contra Nadal, pero se había impuesto en los dos últimos) estuvo demasiado irregular con sus mortíferos ‘estacazos’ desde el fondo de la pista (nada menos que 45 errores no forzados) como para aspirar a crear problemas a un Rafa en su mejor línea (solamente 16).
Y sobre todo, insistimos, el español supo estar mentalmente donde debía en todo momento, siempre listo para apuntillar a su rival a la menor ocasión. Así, en el primer set, al juego siguiente de que Soderling desaprovechara su primera bola de break, Nadal no perdonó y logró su único quiebre del parcial (3-2). En el segundo, el sueco tuvo su gran oportunidad en el segundo juego, con hasta 4 ocasiones de ruptura. Pero no hubo manera y, poco después, se derrumbó para encajar un desmoralizante parcial de 7-0 (para el 6-4, 6-2, 2-0). La tercera manga, por último, presenció al mejor Robin con su saque. Sin embargo, con aquel quiebre de entrada, el daño ya estaba hecho. Un daño que, jugando contra el emperador de la tierra batida, y en una final de Roland Garros, es poco menos que irreparable…
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